miércoles, 31 de mayo de 2023

Lobreguez noctivaga.

 






Hacía mucho, más de lo que me hubiese gustado, que no venía aquí, a mi blog.
Podría decir que he estado ocupado en mil cosas, pero mentiría.
Podría ser ese tipo de persona que se inventa cientos de cosas para ocultar la pereza de escribir. O el dolor de abrirse frente a una pantalla con la incertidumbre de caer en saco roto. Pero para ello, ni tan siquiera escribiría.
Siempre he dicho que no escribo para un público, escribo para mí.
Este es mi pedacito de libertad, donde puedo ser yo sin máscaras, donde puedo escribir y expresarme como me siento.

Hoy escribo y me expreso desde las sombras de mi habitación, sentado en la cama, con el portátil de cara y con un insomnio que hace un tiempo atrás me caracteriza.
Insomnio protagonizado por el vecindario que aguarda a que me acueste para no dejar de hacer ruido.
Vecindario que me recuerda constantemente todas las malas decisiones que haya podido tomar.
El mismo que me trae a todas las personas que he perdido por el camino de la vida, y aquel en el que llueve de seguido, todas las noches.
Hablo de vecindario refiriéndome a la maquinaria chirriante, irritable e insufrible en la que se ha convertido mi mente.
No discurro con claridad desde hace varios años.

¿Qué me pasa? Ni yo mismo lo puedo saber.
Me puedo llegar a hacer una idea:



DEPRESIÓN. 


Esa palabra que muchos escuchan o leen y nadie tiene idea. 
Todos han leído acerca de la depresión o, incluso, tienen a alguien cercano que sufre de ello. 
Pero no hay golpe más duro, que el que esta te da directamente.


 De todos los malos momentos (es dicho) que salen los mejores versos, aquellos que recuerdas y que guardas en tu corazón.